PETER Y EL DRAGÓN
RECUPERANDO LA MAGIA DE ANTAÑO
Pete´s Dragon (1977), aquí Pedro y el dragón Elliot, pasó a engrosar rápidamente la lista de películas Disney que entremezclaban imagen real, dibujos animados y números musicales (metidos a presión casi siempre) cuyo propósito más inmediato era el de repetir, de forma tardía, el impresionante éxito comercial cosechado por Mary Poppins a mediados de los años sesenta. De hecho, no dejaba de ser una historia de formulaciones parecidas, sustituyendo a la pizpireta niñera de sonrisa Colgate protectora de niños carentes de afecto por un dragón de aspecto bondadoso y cálido corazón. El tiempo, lamentablemente, no fue igual de benevolente con esta variante, a pesar de reunir los encantos de las producciones clásicas más satisfactorias de la compañía.
Recordado casi exclusivamente por los pocos que tuvimos la suerte de crecer con su simpatía y melodías, su sorprendente resurrección conlleva un matiz a resaltar: la nueva PETER Y EL DRAGÓN adopta, únicamente, el título en su versión original, alejándose de forma considerable de los esquemas propios del remake. No obstante, si bien estamos ante una película diferente, sí rescata, con enorme destreza, el sabor añejo de la original y, en consecuencia, los principios y valores que marcaron la línea de muchas de las propuestas de Walt Disney de aquellos años, principalmente la alegoría ecologista y la exaltación de la amistad y la familia.
Brillante y atrevida en su concepto de entretenimiento de otro tiempo, afianzado por los acordes countries de una banda sonora espléndidamente adherida al metraje, y realizada con cariño, imaginación y un respeto escrupuloso hacia el público infantil, compararla con la primera versión sería caer en un error innecesario, siendo ambas cintas complementarias y sólidas por separado. De hecho, posiblemente este verano no encontremos una aventura familiar tan mágica y deliciosa como la aquí presente.
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